Cerró la puerta de su hogar con gesto exultante. Pulsó el llamador del ascensor mientras silbaba una alegre melodía. Alcanzó su coche y con un ligero movimiento de mano oyó rugir los caballos del mismo.
Ya en la calle, entre semáforo y semáforo, saludó a muchos que se llamaban amigos.
Al fín alcanzó su aparcamiento de directivo, tomó el ascensor y llegó hasta la engalanada oficina. Fue recorriendo lentamente todos y cada uno de los pasillos...
Ha recibido..., ha llamado, tiene una nota de..., reunión a las...
El sol comenzo a oscurecerse. Ella estaba al fondo. No supo qué hacer.
Alcanzó la puerta de su despacho, la abrió, se giró y allí estaba aún. Su boca permanecía cerrada pero su gesto era una enciclopedia viva.
Entró y cerró la puerta lentamente.
Se dirigio hacia el bonito ventanal: la ciudad lucía espléndida, extendió su mano en un gesto mecánico y sintió el dulce sonido del viento...
Con gesto acompasado subió en su sillón de directivo, colocó el pie en el alféízar y se mezcló con el contaminado aire de la ciudad.
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